IRON MAIDEN – SLAYER – GHOST en Estadio River Plate (Buenos Aires, Argentina)
Viernes 27 de Setiembre de 2013
por Pablo Melogno y Javier Lamas
El pasado 27 de Setiembre se produjo un nuevo desembarco de Iron Maiden en suelo argentino. Luego de tocar en el Rock in Rio y teniendo por delante las esperadas presentaciones en Asunción y Santiago, la doncella llegaba por novena vez a Buenos Aires, acompañada por Slayer y los suecos de Ghost, conformando un cartel tan variado como prometedor. La excusa para un nuevo reencuentro con Maiden era la gira conmemoración del concierto Maiden England, realizado en Birmingham en Noviembre de 1988 como parte del tour presentación de «Seventh Son of a Seventh Son», reeditado hace poco en audio y DVD.
GHOST
Pasadas las 18:30 se abrió la jornada con los suecos de Ghost. Poco de lo que sucedía para ese momento en el Estadio Monumental conspiraba a favor de esa suerte de versión hipermoderna de Mercyful Fate, que inspira la estética y la ideología satánica de la banda. Ghost subió al escenario a plena luz del día, con ráfagas continuas de viento perjudicando el sonido, y frente a oleadas de gente que no paraba de ingresar a un campo aún con claros. Muchos desprevenidos al entrar quedaban perplejos frente a la mezcla de corpse-paint y atuendo papal del vocalista. En estas circunstancias, y pese a la firme actitud de la banda en escena, no había manera de crear el clima de misa pagana que irradian en estudio.
El set se integró con cuatro temas del debut «Opus Eponymous» (2010) y cuatro del reciente «Infestissumam» (2013) entre los que acaso tuvieron más destaque “Year Zero” y “Per Aspera ad Inferi”. La banda ofreció un show esforzado y prolijo, pese a que las guitarras se perdían un poco en la inmensidad de un estadio a medio llenar. Fue destacado el desempeño del tecladista, que con ciertos arreglos le da un toque original a algunas canciones. Sin embargo, el trabajo vocal por momentos se volvió un poco monótono, lo que sumando a un enfoque algo minimalista de las guitarras, no terminó de redondear una actuación convincente.
El público por su parte respondió de distintas formas; algunos con indiferencia, otros con aplausos de aprobación, otros con distancia respetuosa. Cabe pensar que la actitud solemne de los músicos en escena, más cierto aire de misterio -todos tocan enmascarados y sus identidades son desconocidas- contribuyó a que el auditorio fuera receptivo y tolerante con una banda desconocida para la mayoría. Recordando antecedentes porteños como los de Queens of the Stone Age en 2001 y Lauren Harris en 2008, puede decirse que al menos en lo que hace a la respuesta del público, Ghost salió bien parado de una experiencia nada fácil como telonear a Iron Maiden en un estadio. No obstante, cabe preguntarse si con sólo dos discos en la calle y un estilo tan ambiental, son estas las mejores condiciones para que una banda se exponga a un público masivo que desconoce su propuesta.
SETLIST GHOST
01- Infestissumam
02- Per Aspera ad Inferi
03- Con Clavi Con Dio
04- Stand by Him
05- Prime Mover
06- Year Zero
07- Ritual
08- Monstrance Clock
SLAYER
Ya caída la noche y teniendo un campo casi completo, llegó el turno de Slayer, que salió a escena con un público bien dispuesto, un sonido ajustado y compacto, y un set que -a cuatro años sin disco de estudio- amenazaba con una catarata de clásicos; en suma, con todo a favor. Comenzaron con “World Painted Blood”, y parecía que el campo se iba a incendiar, las guitarras sonaban con brillo y contundencia, Paul Bostaph sostenía la base rítmica decentemente más allá de alguna imprecisión ocasional, y a Tom Araya debe hacérsele justicia por las excelentes condiciones en que conserva su voz.
Ya para el final de “Disciple”, el público ensayó los típicos cánticos de apoyo a la banda, que fueron recibidos por Tom Araya con una actitud calma y una sonrisa algo distante, que el vocalista mantuvo toda la noche. Rápidamente atacaron con “War Ensemble” sin perder el nivel, pero tema tras tema algo del entusiasmo del público se fue diluyendo, y mientras se mantenía el pogo en algunos sectores, se fueron apagando las muestras más abiertas de apoyo a la banda. Mientras tanto, Kerry King y Gary Holt permanecían lejos de la primera línea del escenario, ensimismados cada uno en su guitarra, sin demasiado contacto visual con Araya ni con el público. El vocalista por su parte aparecía al final de cada canción con la misma sonrisa algo enigmática, agradecía brevemente en español o en inglés y pasaba al tema siguiente. Así se fue abriendo paso el set de Slayer en River: preciso, maquinal, frío y distante.
Para cuando llegó el homenaje al recientemente fallecido Jeff Hanneman, el ambiente estaba por lo menos enrarecido. Un fondo del escenario con el apellido del difunto guitarrista en el formato de la cerveza Heineken, más una presentación de fotos de baja calidad en las pantallas gigantes, buscaban generar un clima que no terminaba de cuajar. Mientras tanto los músicos seguían disparando misil tras misil, “South of Heaven”, “Raining Blood” y “Angel of Death” pasaban sin piedad ejecutados con la misma potencia, exactitud y frialdad que nunca terminó de extender un calor homogéneo en la fría noche porteña. Hasta la presentación de los músicos al cierre dejó gusto a poco. Araya introdujo sin mucha ceremonia a Gary Holt, y luego miró hacia los parches para soltar un casi desairado “Ya conocen a Paul Bostaph”. Sin hacer mención a sí mismo ni a Kerry King, dio las buenas noches educadamente, agradeció con cordialidad y se retiró junto a la banda del escenario.
Esta puede haber sido la peor presentación de Slayer en Buenos Aires, y con todo fue un muy buen show. Teniendo en cuenta los estándares altos que históricamente Araya y los suyos mantienen en directo, hay que reconocer que en lo estrictamente musical fue una presentación inobjetable, aunque si un recital de heavy metal es algo más que tocar música con gente enfrente, si se requiere un nivel especial de comunicación con el público, esa dimensión ritual que hace que la masa se haga una con lo que acontece arriba del escenario, entonces puede decirse que faltó bastante, y no a causa del público que hasta donde pudo puso de su parte.
SETLIST SLAYER
01- World Painted Blood
02- Disciple
03- War Ensemble
04- Mandatory Suicide
05- Hallowed Point
06- Dead Skin Mask
07- Hate Worldwide
08- Seasons in the Abyss
09- South of Heaven
10- Raining Blood
11- Angel of Death
IRON MAIDEN
Para cuando comenzaron a apagarse las luces anunciando la presencia de Iron Maiden, el campo del estadio estaba repleto, y las tres tribunas habilitadas con no más de la mitad de la capacidad cubierta, lo que según diría después Bruce Dickinson hacía un total de 56.000 personas. De todos modos, el Monumental de River no quedó colmado ni siquiera con teloneros de público propio como Slayer, y con entradas de alrededor de 50 dólares. Esto puede atribuirse tanto a que Iron Maiden visita Buenos Aires relativamente seguido en comparación con otros gigantes de estadio, como al impacto de la inflación argentina en el precio de las entradas. De una forma u otra, el estadio de Vélez Sarsfield -elegido en cuatro de las últimas cinco visitas a Argentina- parece ser un escenario más acorde al poder de convocatoria de la banda.
Luego del infaltable “Doctor Doctor” de UFO, el show se abrió con “Moonchild”, en un comienzo espectacular y avasallante como tiene acostumbrado la banda, pero pasado el minuto de canción, se rompió una valla de seguridad colocada frente al escenario. Los músicos decidieron tocar el tema hasta el final, en medio de arengas de Dickinson que le pedía al público del sector delantero que retrocediera y tuviera tranquilidad. El show estuvo detenido por casi media hora, espacio en que el vocalista explicó al público la situación, improvisó un solo de batería, y terminó tamborileando en su cara la Obertura de Guillermo Tell de Rossini (conocida como la música del Llanero Solitario). También Nicko McBrain hizo un solo para amenizar la espera, pero algo breve y destemplado, que no contribuyó demasiado a aquietar los ánimos de un público que empezaba a impacientarse. Al cabo de un rato, ya con la multitud bastante inquieta, Dickinson cambió de actitud, recordando viejos episodios de tensión con el público porteño: “Les pedimos que esperen cinco minutos. Tengo 55 años, ¿saben lo que son para mí cinco minutos? Ni más ni menos que para ustedes, así que cállense” -exhortó por fin, en un inglés impoluto. Durante todo el tiempo que el show estuvo interrumpido, la banda permaneció sobre el escenario, en una muestra de integridad, estuvo siempre activa la disposición a internarse en un improvisado diálogo con la masa, lo que a primera vista, no fue adecuadamente valorado por el público.
La potente arremetida de “Can I Play With Madness” se encargó de hacer olvidar la valla rota, y el show se retomó con normalidad. Siguió la infaltable “Two Minutes to Midnight”, y se fueron incorporando a lo largo de la noche varios temas del «Seventh Son…» intercalados con clásicos de más larga data, aunque sin seguir al pie de la letra la lista del «Maiden England». Como es costumbre, cada tema contó con un telón de fondo específico, en la mayoría de los casos con la tapa del single correspondiente, a lo que se sumó un Eddie robótico en “The Trooper”, con la indumentaria del ejército inglés en la Guerra de Crimea. No es fácil evaluar la acústica en un escenario complejo de amplificar como el Estadio Monumental, mucho menos con una banda que toca con tres guitarras y en una noche de viento. Por momentos el sonido resultó un poco estridente, sobre todo para el público que estaba en la primera mitad del campo, por lo que estuvo lejos de alcanzar el brillo de las presentaciones en el Estadio de Vélez Sarsfield.
Más allá de esto, el público incondicional de la banda respondió con pogo y cánticos a la intransigente entrega de los músicos sobre el escenario. Cada gesto de Dickinson, cada indicación de dónde había que cantar o corear, era acompañada espontáneamente por la horda, como si se tratara de viejos conocidos que se saben de memoria las partes de un guión. Las performances de Iron Maiden tienen hace tiempo ese aire de atemporalidad, una amalgama de imágenes que no pertenecen a ningún momento específico, pero que al mismo tiempo han hecho época. El ataque de bajo de Harris con el pie apoyado en un monitor, el perenne “scream for me!!” de Dickinson, la omnipresente figura de Eddie, los efectos de luces y los fuegos artificiales. Cualquier instantánea de Iron Maiden sobre un escenario, siempre majestuosa y faraónica, puede pertenecer a los 80’s, a los 90’s, o al siglo XXI, pero en último término forma parte de una historia que vuelve sobre sí misma y se retroalimenta, plantándole batalla al olvido efímero que acostumbra regalar el paso del tiempo.
Y es a partir de este registro que vuelve sobre sí y de este quiebre con lo efímero, que una antigua -en el sentido más estricto del término- metáfora entra en escena. En un eterno retorno sin compasión, vuelve a presentarse una idea recurrente: la historia que la filosa doncella ha montado y continuamente edifica, convierten a la escultura en la imagen más idónea para contemplar un proceso inacabado. Sería erróneo, sin embargo, quedarnos con la imagen de la estatua, la escultura vistosa, el magnificente monumento. La idea antigua, estriba en que la escultura, en realidad, está ya trazada y lo que el artista hace con su técnica sobre el material, es quitarle lo que sobra. Esa atemporalidad plasmada en el gran monumento Maiden, propone con su autoexigencia, regularidad y profusión productiva, la esencia de un proyecto, como Eidos, el modelo supremo, ya creado y completo. A la inversa de todo constructivismo, el modelo prefigurado precede en completud a la obra. El mundo Maiden detiene al tiempo en sus formas más acabadas con la tenacidad del mejor gladiador y del mejor poeta, y podemos decir mundo Maiden porque entre la creación artística y el conjunto de símbolos utilizados, el profesionalismo instituye todo un sistema de representación.
El tiempo actúa por sustracción de lo que sobra. Las formas acabadas quedan, no se pueden ya sustraer. Pensemos en por qué conservan la afable excentricidad de tres guitarristas (formas acabadas), por qué se fue Blaze Bayley, o Paul Di’Anno (piedra inadecuada o angulosa, material de apoyo extraíble), más allá de excusas coyunturales que obviamente las hay. Tanto la ignorancia de lo expulsado como el recuerdo en la actualidad de la ausencia sobrante, sí, ese yeso que fue necesario extirpar, aquella roca que aún queda por pulir: el monumento Maiden es un proyecto completo, cuya realización última está condicionada de una parte por la mano del escultor, un escultor que no puede sino seguir las indicaciones que su obra le aconseja, y de otra, por el cincelado del tiempo y la inevitable corrosión que genera el contacto con ese movimiento. Es cierto que lo escrito tiene la apariencia de una leyenda que se refleja en un apacible estanque. El problema consiste en identificar qué es reflejo y qué lo reflejado. O sí, por último, todo eso no es ya una forma definitiva del monumento.
Algunos de los momentos de más respuesta del público fueron los infaltables “Iron Maiden”, “Running Free” -con un gigantesco Eddie animado emulando la tapa del «Seventh Son…»-, “The Number of the Beast”, “The Trooper”, y la demoledora “Aces High”, instalada en el set a partir de la gira Somewhere Back in Time (2008), después de más de una década de ausencia. Volvieron a sorprender con “Phantom of the Opera”, que a esta altura bien podría merecer algún registro más en vivo con Dickinson. Ya en clima de finales de los 80’s, ”Wasted Years” hizo cantar a todo el estadio, lo mismo que “The Evil That Men Do” y “The Clairvoyant”, recibidas con entusiasmo por el público. En el balance, el set incluyó seis temas de los nueve de «Seventh Son…», más al menos un tema de cada disco hasta «Fear of the Dark», excluyendo «No Prayer for the Dying» y «Killers», que quedaron fuera de la lista. A efectos históricos no resulta del todo consistente la inclusión de “Fear of the Dark” y “Afraid to Shoot Strangers”, siendo que se trata de una gira de conmemoración de «Maiden England», y ambos son temas posteriores a 1988. A pesar de que “Fear of the Dark” es uno de los innegables favoritos de la gente, y de que en “Afraid…” entregaron una versión renovada y plena de arreglos vocales, el formato general del concierto hubiera ganado más incluyendo sólo canciones previas a «Maiden England».
Pero sin duda el punto más climático de la noche llegó con “Seventh Son of a Seventh Son”. Un gigantesco Eddie reproducía una de las imágenes del disco, con Dickinson ataviado acorde a las luces bajas y las cortinas de humo que invadieron el escenario, sumadas a un fondo de teclados en vivo a cargo de Michael Kenney, y una serie de oportunos arreglos de Janick Gers. Todo conjugado creando en el escenario una atmósfera de mística y esoterismo, para narrar la historia de un séptimo hijo que en medio del tormento descubre sus poderes de clarividencia. Un auténtico viaje estético y musical a una experiencia que sólo Iron Maiden puede montar en un concierto.
Por otra parte, la responsabilidad de transitar el escenario recae cada vez más sobre la dupla Harris-Dickinson. El primero administra fuerzas con criterio y oficio, y con la actitud y entrega típicas de quien ha dedicado su vida al mundo Iron Maiden. Dickinson mientras tanto alterna corridas de esgrimista, vestuarios y teatralizaciones de los temas, a conciencia de que hay notas que resultan imposibles y gritos interminables que ya no puede sostener. El papel escénico de los guitarristas se ha vuelto de una desusada pasividad, lo que si bien no es de extrañar en Adrian Smith y Dave Murray, si resulta llamativo en Janick Gers, que tanto en el Rock in Rio como en la noche de River pareció mostrar síntomas de cansancio en comparación con giras anteriores.
Después de más de treinta años de carrera, Iron Maiden podría dar mucho menos de lo que da: podría tener menos pirotecnia, menos efectos, un set más corto y giras más espaciadas. Podrían ofrecer menos en todo aspecto, y seguramente seguirían llenando estadios alrededor del mundo respaldados por el peso de su propia leyenda. Pero esa alternativa es imposible para una banda forjada en los altísimos niveles de auto exigencia e integridad artística de Steve Harris. Dentro de sus posibilidades, Maiden ofrece todo lo que puede dar; lo mejor en escenografía, en despliegue, en actitud y entrega de los músicos. Con esfuerzo, pasión y profesionalismo, el paso de los años indica que todo encuentra su lugar en el mundo Iron Maiden; las giras que conmemoran los años de gloria, y las que arriesgan con los nuevos lanzamientos. Que nunca falten ni unas ni otras, y que nunca falte la banda que ubicó definitivamente al heavy metal en la historia grande de la música del siglo XX.
SETLIST IRON MAIDEN
01- Moonchild
02- Can I Play With Madness
03- The Prisoner
04- 2 Minutes To Midnight
05- Afraid To Shoot Strangers
06- The Trooper
07- The Number Of The Beast
08- Phantom Of The Opera
09- Run To The Hills
10- Wasted Years
11- Seventh Son Of a Seventh Son
12- The Clairvoyant
13- Fear Of The Dark
14- Iron Maiden
15- Aces High
16- The Evil That Men Do
17- Running Free